Históricamente, se acepta que el olivo sea proveniente de Siria, de Líbano o incluso de Israel, pero también hay quienes defiendan que es originario de Asia Menor, de Bajo Egipto o de Etiopía.
El olivo silvestre o acebuche (Oleae europaea, var. sylvestris), se habrá diseminado naturalmente, talvez llevado por aves migratorias, zorzales y otras, hasta donde encontró condiciones climáticas favorables a su desarrollo.
“Donde no llega el olivo, muere el Mediterráneo”
La domesticación del olivo se produjo en las épocas paleolítica y neolítica, o sea, 10.000 a 3.000 años a. C., posiblemente en Mesopotamia, de donde pasó a Egipto (2.000 años a. C.) y después a las islas de Asia Menor y a Grecia Continental (1.800 años a.C.).
En la primera mitad del primer milenio a. C. el olivo se diseminó por Asiria y, a partir del siglo VI a. C., se propagó por la cuenca del Mediterráneo, llegando a Libia, a Trípoli, a Túnez y a la isla de Sicilia, desde donde fue llevado hacia el sur de Italia y se extendió por todo el país.
Esta expansión del aceite a lo largo del Mediterráneo Occidental se atribuye a los fenicios que lo llevaron hacia el Norte de África y Sur de España, en el inicio del primer milenio, y a los griegos, que lo llevaron hacia Italia.
Los Egipcios en el siglo IX a. C., los Griegos en el siglo VII a. C. y, después, los cartagineses en el siglo III a. C., llegaron, vía marítima, a la Península Ibérica donde intercambiaban productos de lujo, aceite y vino, por los alimentos de que necesitaban. Fue igualmente así que llegó a Portugal el olivo domesticado que los griegos tan sabiamente cultivaban, como lo siguieron haciendo después sus inteligentes e ingeniosos seguidores romanos, igualmente defensores del olivo y del aceite.
La industria de extracción del aceite parece haber sido establecida desde la Edad del Bronce (1.500 a.C.), en las zonas mediterráneas, desde Palestina y Siria hasta Grecia. Hay documentos que comprueban exportaciones de aceite de Palestina hacia Egipto.
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